Fué en los cortos de la película Black Panther 2 que me enteré por primera vez del actor Tenoch Huerta. Aunque todavía no la he visto me sorprendió que le hubiesen dado el rol de Namor a un mexicano– siempre pensé que el personaje terminaría siendo interpretado por un chino.
Quedé igual de sorprendido al ver que la selección de este mes para el club de lectura fuese Orgullo Prieto por el mismísimo Tenoch Huerta. La sorpresa duró hasta que me puse a leerlo, y les digo: si Black Panther 2 es de la misma calidad que este libro, la dejaré sin ver. Pero antes de emprender en vituperaciones, vale al menos abundar un poco sobre el argumento del libro y notar algunos de sus aspectos positivos.
El libro en sí parece como una mezcla entre un diario, un guión biográfico y un tratado quasi político. Oscilando entre estos géneros, Huerta plantea el argumento que «México es un país racista que niega serlo.» Según la reseña en la contraportada, este argumento se hace con el objetivo de ensalzar el orgullo de los mexicanos «prietos». Con sus explicaciones y anécdotas Tenoch Huerta ofrece una sinopsis de las raíces, conceptos, y prácticas del racismo en México.
Entre los aspectos que me gustaron me pareció que su uso de ilustraciones fue efectivo. Entre ellas hay unos cuantos episodios que resonaron con mi propia experiencia, y me llevaron a reflexionar sobre cómo he lidiado con las consecuencias del racismo en mi vida personal. Fue refrescante ver que no estoy loco y que hay otros que han pasado por situaciones similares.
Otra cosa que me gustó fue como explicó las dinámicas raciales en México, las cuales serían difíciles de entender para extranjeros como yo. Para nosotros que no somos mexicanos, (aunque visitemos México en persona) puede que se nos pase prestar atención a las sutilezas de cómo los mismos mexicanos interactúan entre sí. Imagino que, como en cualquier otro país, esto es una dinámica que no se puede enseñar, pero que solo se puede entender en carne propia, integrándose a la cultura Mexicana.
Huerta provee varias anécdotas que al menos dan una idea de cómo se sentiría vivir en esa situación. También incluye varias notas históricas que me parecieron interesantes, y otras que había escuchado antes, como el detalle de Vicente Ramón Guerrero Saldaña, el segundo presidente de México, quien fue negro, o «mulato» según la designación española.
Dicho esto, desde el principio se nota que el libro está primeramente dirigido a otros mexicanos. Aunque muchas de sus ideas tienen aplicabilidad en otras situaciones, Huerta las utiliza específicamente en el contexto mexicano, y más específicamente aún en su contexto personal. Por ende, lo negativo que tengo para decir lo ofrezco sabiendo que no soy la audiencia principal para este libro.
Mi primera crítica es que estas ideas ya están tan requete gastadas en decenas (por no decir cientos) de otros libros por académicos como Ibram X. Kendi, Robin DiAngelo, Carol Anderson, Ta Nehisi-Coates, etc., y por tanto, la versión de Tenoch Huerta no me pareció ni innovadora, ni iluminadora, sino otra réplica de la misma habladuría pero a la mexicana.
El hecho de que los autores mencionados sean estadounidenses dilata mi segunda crítica. Por alguna razón los activistas y propagandistas «pop» hispanos tienden a reciclar los mismos lemas, argumentos, y términos que se escuchan en la retórica estadounidense en cuanto a la raza y la política. Esto para mi es evidencia de la sutil influencia que ejerce la cultura imperial estadounidense, la cual va americanizando otras culturas hasta trastornar conversaciones que simplemente no encajan con la lógica americana.
La dinámica racial, la historia política y cultural varía tremendamente de país en país y sería totalmente falso y malicioso diluir la experiencia de la pluralidad étnica de cualquier nación bajo generalizaciones tan amplias y ofuscantes como «blanquitud» o «prietitud». Incluso, pretender que los EE.UU. tenga el parámetro estandarizado para medir o comparar las dinámicas raciales o políticas de otros lugares me parece otra forma de acquiescer a su autoridad como nación ejemplar. Esto se los digo como puertoriqueño, pues he visto esta dinámica personalmente en mi vida y en mi pueblo, al tomar prestado tantas ideas y confusiones americanas que se nos olvida que nuestra situación cultural no es la misma ni es igual.
Por eso pregunto: sabiendo que México goza de una pluralidad contundente de naciones, razas y culturas ¿por qué no optar por algo más original y emprender en un argumento basado en las ideas que surgen de estas, sin tener que a cada rato aludir al fenómeno del racismo estadounidense? Desde el primer capítulo Huerta toma como parangón la historia del racismo en EE.UU. para elaborar su argumento. Y a fin de cuentas, su solución es básicamente un eco de los mismos académicos estadounidenses, con todo y el vocabulario temático del resentimiento– el mismo lo admite!
Es más, cuando comienza a hablar de la historia racial de México, la menosprecia al pintar la misma caricatura cansada que muchos ignorantemente repiten sobre la conquista española— una reducción absurda que termina infantilizando las culturas indígenas-mesoamericanas y africanas, y a la misma vez fetichizando y bestializando al español. Todo por justificar el nuevo sistema teórico americano.
Nuestra situación como hispanos exige más delicadeza. El racismo existe y seguirá existiendo mientras busquemos justificar el mismo sistema con otras palabras. No imperializemos nuestra conciencia buscando la libertad en términos que no son los nuestros. No intercambiemos un imperio por otro por más que nos siga doliendo la piel bajo la opresión del conocido. El aceptar su lógica es darles la razón— es aceptar que ellos son verdaderamente los personajes principales y nosotros los morenos, prietos, negros y cocolos, el elenco decorativo en el trasfondo.
El aceptar estos emblemas, equivale aceptar todo el peso sistemático que justifica el sistema que los fabricó. El aceptarlas es decirle sí al sistema. Es un truco más viejo que el frío. Por eso no hay escapatoria de Babel. La emancipación verdadera tomará su forma desde la palabra en su grado más puro: la poesía y la epopeya. Si lo que Huerta buscaba era ensalzar al prieto, hubiera seguido el ejemplo de Manuel Zapata Olivella, cuya obra Changó el Gran Putas ofrece mucho para contemplar sobre nuestra odisea racial.
Yo sé que no todo lo negro es morcilla, pero creo que mi experiencia como negro me ha dado licencia para comentar sobre la prietitud y la negritud como si fueran vecinas: estoy convencido de que la afro-conciencia empieza en el corazón, donde vive la negrura. La negritud– la prietitud– no se explica, se vive. Por más argumentos y justificaciones de sistemas y de teorías, no hay quien te la explique si no sabes ya en carne propia lo que es. Somos partícipes en nuestra propia opresión al pensar que alguien tiene poder alguno sobre nosotros. Suena poco práctico, lo sé, pero así suele ser la verdad.
La verdadera resistencia es recordar nuestra historia y mantener la memoria que permanece en el canto, en el llanto y la rima. Y con esto les comparto dos o tres cosas que han tocado mi corazón y permanecen en mi memoria como recordatorios de donde vengo y a donde voy.
La ilustre Elsa Costoso con una versión en vivo del Puerto Rico mentao.
El clásico imprescindible de Fortunato Vizcarrondo, recitado por el cubano Luis Carbonell.
Gente tocando bomba en algún patio. Me recuerda cuando mi papá me llevaba a Loíza a correr bicicleta y a ver los bailes.
Las caras lindas (de mi gente negra). Esta canción la escuche por primera vez en la casa de mi abuelo, y por eso siempre la asocio con el.
Espero que hayan disfrutado de esta pequeña reflexión. Dejenme un comentario si les ha gustado o molestado.